Desde la zona secreta de surf de Sagres, en el sur, hasta la infravalorada región vinícola del Alentejo, Portugal es mucho más que Lisboa (aunque es una capital muy bonita). Con su costa atlántica y su clima mediterráneo, el país es más rústico que España y más salvaje que Francia: los lugares más bonitos de Portugal son crudos, auténticos y naturales. He aquí ocho lugares de Portugal que reflejan a la perfección la belleza del país.
Aparca cerca de la Praia do Carvalho, en lugar de en la probablemente abarrotada playa de Benagil, y alquila una tabla de surf de remo para acceder a la erosionada cueva marina de Benagil. Allí las corrientes son fuertes, así que no se recomienda nadar de playa a playa. Por el tragaluz natural se cuelan los rayos de sol, pero la sombra proyectada por la formación rocosa alivia el intenso calor de Portugal, que puede llegar a los 40 grados en verano.
A pocos kilómetros de la península rocosa de Peniche se encuentra una reserva natural protegida por la UNESCO en forma de archipiélago. Se trata de las islas Berlengas, donde se dan las condiciones ideales para el buceo: buena visibilidad, aguas tranquilas y mucha fauna. A bordo del barco, se pueden avistar delfines desde la cubierta y, bajo el agua, se pueden ver peces de san Pedro, pulpos, mantarrayas, nudibranquios y peces luna entre restos de naufragios y cuevas en un fértil lecho marino volcánico.
Con sus olas de calor, sus viñedos, su arquitectura romana y sus plazas empedradas, la ciudad más calurosa de Alentejo atrae a los viajeros que buscan cultura, gastronomía y clima en un solo lugar. Recorrer sus estrechas calles, de casas blancas, supone entender por qué los reyes de Portugal del siglo XV la escogieron como residencia, además de haber sido catalogada como Patrimonio Mundial de la UNESCO. El símbolo de Évora es el templo de origen romano, que durante siglos se pensó que podía estar dedicado a la diosa Diana.
Situada entre el Algarve y el Alentejo, esta playa rodeada de acantilados y con forma de huella, que es también la desembocadura del río Seixe, es uno de los secretos mejor guardados del sur. Forma parte de un parque nacional, por lo que su carácter virgen la convierte en un lugar espectacular para concluir una caminata por los senderos de la Rota Vicentina. Con la marea baja, hay piscinas naturales y aguas poco profundas donde remar. Aunque el agua de la orilla del río es tranquila y suave, también hay buenas olas para surfear en la orilla del mar.
Algunos dicen que el rey Fernando II diseñó los palacios de Sintra para competir con el castillo de Neuschwanstein en Baviera; otros dicen que fue un gesto romántico para su amante, Elisa Hensler. El Parque da Pena que rodea el castillo está repleto de especies raras de rosas y plantas no autóctonas. Los lugareños creen que él daba instrucciones a los marineros y sirvientes para que trajeran semillas y flores para plantarlas solo para ella. Las coloridas torres, la cúpula curvada y las pasarelas del adarve destacan por sus tonos ocres y rojos. También hay gárgolas, azulejos tradicionales y hectáreas de historia que explorar.
A menos de un kilómetro de São Miguel se encuentra el islote de Vila Franca do Campo, un cráter volcánico rodeado de cuevas submarinas y de las aguas del Atlántico (a menudo heladas), conectado por un pequeño canal llamado boquete. Los únicos habitantes de la reserva natural son las aves marinas, por lo que no está permitido pescar ni acampar (y no hay instalaciones). Sus aguas cristalinas son perfectas para el buceo y submarinismo.
Las barcas tradicionales de la ciudad y los canales que se entrecruzan a menudo hacen que se la compare con Venecia, pero aquí no habrá multitudes ni la melancolía de una ciudad que se hunde. En su lugar, las proas pintadas de los barcos moliceiros, las fachadas de estilo Art Nouveau de la ciudad y las casetas de playa de rayas alegres de Costa Nova son coloridos recordatorios de la historia de la zona.
El novelista José Saramago llamó a esta región del norte la octava maravilla del mundo, y hay algo innegablemente hipnótico en el paisaje de la topografía en terrazas de Oporto. La sinuosa vía fluvial de la región vitivinícola atraviesa el verde paisaje, que se puede contemplar desde un apacible crucero por el río Duero o desde la ventana de cualquiera de los hoteles que ofrecen vistas a esta zona tan característica de Portugal.
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